
A
pocos kilómetros de Llucmajor, a solo 150 metros sobre el nivel del mar, en una llanura bañada por el sol, un extraordinario conservatorio conserva un tesoro botánico: más de 1400 variedades de higueras de más de 60 países. Este sitio único, llamado Son Mut Nou, es obra de un solo hombre: Monserrat Pons i Boscana. Durante tres décadas, este farmacéutico de formación y botánico autodidacta, ha transformado la finca familiar en un santuario vegetal, donde cada higuera es mimada, etiquetada y documentada. «Mallorca», proclama Monserrat con una sonrisa, «es un paraíso para las higueras». Con su clima mediterráneo, sus suelos áridos y su generosa cantidad de sol, la isla ofrece condiciones ideales. «Incluso los romanos venían aquí a plantar higos porque era mejor que en Italia», dice. Cada ola de ocupación (romana, islámica, catalana) trajo nuevas variedades de higos a la isla. «A pesar de que fueron invasiones», recuerda Monserrat, «pudimos conservar estos tesoros agrícolas». Originaria de Mesopotamia, la higuera colonizó el Mediterráneo con los fenicios y luego se extendió a Asia y América. El monje Junípero Serra, que dejó el pueblo de Petra en 1746 para ir a América, importó el higo a California.
«Los higos son el pan de los pobres y el postre de los ricos», dice Monserrat, haciéndose eco de un dicho popular. Mallorca era pobre y la dieta básica consistía en higos, caracoles y espárragos. La higuera siempre ha dado de comer a la gente, pero en Mallorca también ha dado de comer a los animales. Hasta mediados del siglo XX, el 90% de los higos cosechados se utilizaban para alimentar a los cerdos. «En la década de 1940», recuerda el especialista, «Mallorca tenía alrededor de 22.000 hectáreas de higueras. Hoy en día, solo quedan 800». Lo mismo ocurre con la cría de cerdos, que se redujo un 80% entre el siglo XIX y finales del XX. Su Mut Nou se ha convertido en el mayor laboratorio al aire libre dedicado a la higuera del mundo. Cada árbol es un tesoro viviente, que guarda una memoria agronómica, histórica y cultural.