
E
n os puestos del mercado orgánico en la plaza dels Patín de Palma, ramallet los tomates, los limones de formas extrañas y las calabazas rústicas cuentan mucho más que la historia de un método de cultivo: encarnan una elección política, una lucha contra el cambio climático y una memoria viva. Aquí conocemos a las personas que defienden la agricultura ecológica en Mallorca, una combinación de historia agrícola, conciencia medioambiental y conocimientos en transición.
«Lo que hoy llamamos agroecología es lo que hacían nuestros abuelos», explica Nofre Fullana, director técnico de APAEMA, la asociación de productores ecológicos de Mallorca. Nacido en el seno de una familia de la región de Levante de la isla, este doctor en historia agrícola relata una región moldeada durante mucho tiempo por el trabajo colectivo y los conocimientos rústicos.
En la década de 1950, la agricultura era la principal actividad de la isla. En aquella época, Mallorca tenía más de 40 000 explotaciones agrícolas, frente a las 10 000 actuales, de las que apenas mil siguen en actividad. El paisaje forma un complejo mosaico agroforestal: la tierra plana y pedregosa alberga cereales, legumbres y hortalizas de mercado, si hay agua; el terreno montañoso es el hogar de vacas y ovejas; los suelos pobres albergan almendros, algarrobos e higueras, y las ovejas pastan libremente.
Este mosaico es el resultado de un cambio histórico: a finales del siglo XIX, el modelo de las grandes propiedades feudales, con su gran fuerza laboral y bajos rendimientos, llegó a su fin. Estas fincas se fragmentaron y se vendieron en pequeñas parcelas. El nuevo modelo se basaba en una finca pequeña e intensiva con una base orgánica. Practicaban una agricultura en varias etapas (cereales, legumbres, árboles frutales) orientada al mercado, con cierto autoconsumo.