
E
l viaje para llegar al estudio de Pedro Casanova no es para los débiles de corazón, pues requiere recorrer un camino divertido pero lleno de baches, una senda de un solo carril que asciende serpenteante por la montaña, a las afueras de Sóller. Justo cuando parece que no se puede subir más, Casanova gira hábilmente su jeep fuera del camino y desciende por un largo sendero, donde su estudio y su casa parecen surgir de manera natural entre los árboles, las rocas y las nubes.
Fue el padre de Casanova quien primero encontró el terreno y construyó un lugar para que su familia disfrutara los fines de semana. Es una de las casas más altas encaramadas en la montaña con vistas al valle, desde donde se divisa el mar. Teóricamente, la casa puede ser vista desde abajo, para aquellos con paciencia y buena vista. Su padre debía de tener un gran sentido de la aventura y un ojo intuitivo para haber elegido una propiedad tan difícil de alcanzar y, al mismo tiempo, tan impresionante, la cual fue construyendo poco a poco a lo largo de los años. Casanova creció visitando la finca, cuidando las ovejas y corriendo por el bosque, y está claro que el paisaje es una parte fundamental de su alma creativa.
Casanova trabajaba con el departamento forestal en la Sierra de Tramuntana cuando empezó a experimentar con trozos de madera encontrados en el paisaje y a idear muebles simples y lúdicos. Como pasatiempo, comenzó a fabricar portones, pérgolas y pequeños objetos como mesitas auxiliares y taburetes. Sus primeras piezas solían estar hechas con hileras de ramas más delgadas, creando un estilo lineal y decorativo, pero muy simplificado. Empezó a formarse con un carpintero en Sóller para aprender más técnicas.