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Salinas de la Concepción de Menorca
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Helene Huret
sustainability 2030
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Salinas de la Concepción de Menorca
Nov 7, 2025
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Salinas de la Concepción de Menorca
Nov 7, 2025
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Helene Huret
Foto: Aimery Chemin
E

n el norte de Menorca, donde los fuertes vientos azotan las rocas oscuras y las olas chocan contra la costa, la bahía de Fornells ofrece refugio, un oasis de calma que casi se parece a un lago. Enclavados al final de una ensenada protectora, los campos de sal de Concepción se mezclan a la perfección con este paisaje salvaje y virgen. Cincuenta y cuatro cuencas rodeadas de paredes de barro y arcilla contienen agua que adquiere tonos de púrpura, rosa, rojo y naranja. Estos rectángulos coloridos contrastan con el azul del Mediterráneo, el verde de los olivares y la brillante sal blanca. Para completar el panorama, solo faltan los flamencos, quince de los cuales viven cerca, sin mencionar la miríada de aves migratorias a las que les gusta anidar en estas áreas donde el agua se filtra en las marismas y lagunas. «Las cuencas tienen un aire contemporáneo», comenta Rémi Best, quien, junto con su esposa Verena, se hizo cargo de las salinas en 2020. Dos años de trabajo se llevaron a cabo respetando el medio ambiente y las tradiciones constructivas locales: todo se construyó con piedra y arcilla, no se utilizó ni un gramo de hormigón o cemento en los 4.000 km de paredes bajas o en el embarcadero, que se reconstruyó tal como estaba en los días en que los barcos atracaban para cargar sal y transportarla a Ciutadella o Mahón.

Las primeras salinas de Menorca aparecieron en el siglo XVIII. Hasta entonces, los menorquines gozaban del privilegio de poder recoger de forma gratuita los depósitos de sal formados por la evaporación del agua de mar de las grietas de las rocas. En 1713, España firmó el Tratado de Utrecht y Menorca quedó bajo dominio británico. Inglaterra, que quería convertir la isla en un punto estratégico para controlar el Mediterráneo y desarrollar el comercio, alentó la creación de salinas. Había seis salinas en Menorca, cuatro en el norte y dos en el sur, pero no tuvieron el mismo éxito. La arcilla del norte mantuvo la temperatura del agua, mientras que en el sur, donde el suelo es calizo, el agua se enfrió rápidamente. Tras la Segunda Guerra Mundial, la sal industrializada inundó la isla y el último salar, La Concepción, cerró sus puertas en 1984. El trabajo tedioso, mal pagado y agotador de un salinero, llevado a cabo bajo el incesante calor del sol, no inspiró a muchos a dedicarse a este oficio.

R

émi y Verena Best descubrieron una bella durmiente cuando visitaron las salinas de La Concepción. La pareja, que son estetas, como explica Rémi, «promueven la belleza y trabajan por la conservación, la cultura, la comunidad, la circularidad y el comercio», cayó bajo su hechizo. Adquirieron una concesión de 50 años, invirtieron un millón de euros y pasaron dos años supervisando la reconstrucción, bajo la experta supervisión de Virina, una conservacionista de monumentos históricos.

El agua de mar pasa por una serie de cuencas donde comienza el proceso de evaporación, luego pasa a cuencas más pequeñas conocidas como calentadores y llega a los 56 cristalizadores, donde la concentración de sal alcanza los 250 gramos por litro. «El agua tarda un mes y medio en alcanzar esta salinidad», explica Celi, el maestro salinero. Se ha modificado el tamaño de las cuencas para adaptarlas a la recolección de la flor de sal, la sal por excelencia. Este noble producto, nacido del mar, el viento y el sol, no solo es mucho mejor para la salud, sino que también ofrece un sabor más intenso y contiene menos sodio y más minerales que la sal marina tradicional. Sus cualidades organolépticas lo convierten en un aliado imprescindible en la gastronomía. Por eso, los chefs menorquines, como David da Coca, el «rey de la langosta», no dudan en realzar sus platos con sal menorquina. Se ha desarrollado una gama completa que ofrece flores de sal naturales, ahumadas, picantes o con sabor a hierbas para satisfacer todos los deseos culinarios.

La flor de sal se cosecha durante los meses de verano, entre junio y septiembre, alrededor de las 6 p.m., cuando el calor comienza a desaparecer lentamente.
Armados con un lousse, un tipo de raspador con mango largo, los trabajadores de la sal deslizan suavemente la herramienta por la superficie de los estanques para recoger los frágiles cristales que se han formado a lo largo del día. Estas escamas, tan ligeras como efímeras, están a punto de volverse más pesadas: si no se cosechan a tiempo, se hundirían hasta el fondo de las marismas y se convertirían en simple sal marina.

«Tenemos la suerte de contar con abundancia de posidonia, plantas submarinas que oxigenan y purifican el agua. Y para ir aún más lejos, hemos instalado filtros de microplástico».
Foto Aimery Chemin